Tuve el honor de ser invitada a compartir mi camino literario en la clausura del Congreso, el 27 de abril a las 6 de la tarde, donde construimos entre todos un vibrante diálogo. Como en el Primer Congreso de la Palabra, dedicado a la oralidad, donde presenté el proyecto Voz y Mirada, en este consagrado a las maneras de leer, nos fuimos del auditorio del Hotel Hotsson, pero nos quedamos y nos quedaremos siempre en la Palabra.
El Naranjo y Copo de Algodón: presentes |
Palabra en obras
Por María García Esperón
En el fondo de cada palabra, dijo un poeta francés, Alain Bosquet, asisto a mi nacimiento. Cuando por algún merecimiento o por un don podemos llegar al fondo de las palabras, es entonces que nacemos.
Y en ese momento de privilegio, el mundo nace con nosotros. Se hace nuevo, nos situamos en el centro de los acontecimientos, en el centro mismo de nuestra propia historia, en el centro del devenir, y ya no nos escapamos hacia el olvido, sino que misteriosamente permanecemos en la memoria.
Porque somos seres destinados a la Memoria, por don o por merecimiento. Porque somos seres que rehuimos el olvido, esa enfermedad del alma, como la definió Platón. Y para derrotar el olvido tenemos precisamente la Palabra.
Durante la conferencia de Julio Edgar Méndez y Leopoldo Navarro |
La Palabra nos tiene. De ella, de la Palabra como portadora de Memoria, quiero hablarles y describirles un poco el camino de asombro que he recorrido desde que escribí la primera frase de mi primera novela, centrada en el mundo griego y construida en torno al primer impreso de la historia: el disco de Festos, un mensaje dejado por hombres remotos y confiado a una fosa en un palacio de la isla de Creta hace 3600 años.
Escribí imantada por ese antiguo mensaje, todavía indescifrado. Por esos jeroglíficos que yo intuía palabras y que sin cesar me hablaban sin revelarme su secreto desde que los descubrí, adolescente, en un libro de arqueología que al azar hojeaba.
Pero ¿existe el azar? No si de letras se trata, no si de la palabra se trata. No si se trata de la memoria. No si se trata de leer la voz escrita de un ser humano o de varios que quisieron dejar una huella de su paso por este sueño que llamamos vida. A los 14 años el disco de Festos me habló, y quedó para siempre en mi memoria.
Con Jesús Rodríguez, coordinador de la Biblitoeca El Nigromante |
Pasaron muchos años y yo, por leer al lado de mi hijo literatura infantil y juvenil, sentí la necesidad de escribir un libro. El tema advino a mi conciencia como una saeta: el disco de Festos. En el año 2003 yo había descubierto apasionadamente Internet y sus recursos y sentí que por alguna razón misteriosa, el disco de Festos de los antiguos minoicos y la red de redes tenían que asociarse, siendo ambos en un sentido una especie de laberinto. Y escribí la novela poniendo como personaje principal a un joven francés real que mantenía por entonces un muy completo sitio web, desde la óptica del aficionado, si se quiere, pero con el entusiasmo y pasión que los aficionados tienen por los temas que aman.
La investigación corrió al parejo con la creación literaria. La Memoria y la Imaginación se conjugaron en un ejercicio literario que me resultó apasionante por sí mismo. Creaba personajes y podía conversar realmente al menos con uno, Philippe, el chico francés, que seguía los pasos de mi novela con un enorme entusiasmo, nos comunicábamos a través de una caja de chat, situación que se recrea en la novela. Y de este modo me empecé a acercar al centro del misterio del disco de Festos. En la parte de investigación, los estudiosos del disco insistían en el hecho de que no podía descifrarse a menos que se encontrara un objeto parecido, otro disco que portara algún signo afín.
José Alberto López García es coordinador general de las Casas de Cultura en Guanajuato |
Al terminar de escribir el libro, fue publicado en la revista National Geographic un hallazgo portentoso: en Alemania, en Sajonia Anhalt, buscadores de tesoros habían encontrado un disco de bronce con incrustaciones de oro que figuraba el cielo estrellado y al que de inmediato se empezó a llamar El Disco del Cielo.
Y de inmediato, con ese título, me puse a escribir la continuación de mi novela, a la que había llamado “El Disco del Tiempo”. La llevé a un concurso importante de literatura infantil y juvenil y casi me olvidé, tan absorta estaba en la ficción que había emprendido, en esa vida en las páginas, en ese brillo de oro del otro disco, que lleva en su superficie uno de los signos del disco de Festos: los siete puntos que figuran las Pléyades, esas estrellas tan importantes en el hemisferio norte, tan relacionadas con la agricultura y las lluvias. Las Pléyades, ese signo de 7 puntos, empezó a dibujarse ante mis ojos como una Palabra.
Pasaron los meses y el Conaculta y la Editorial SM me informaron que había ganado el premio El Barco de Vapor. De esta manera mi novela y mi sueño, mi amigo francés y mi pasión adolescente por el disco de Festos pasaron a formar parte de un libro. Se convirtieron en Palabra, en portadora de Memoria. Y desde 2004 este libro ha sido apetecido por muchas escuelas en México, Centroamérica y Chile por su temática centrada en la cultura griega y porque presenta un mundo interrelacionado a través de internet.
Apenas el año pasado, supe que el Ministerio de Cultura de Costa Rica había adoptado El Disco del Tiempo como parte de las lecturas oficiales para secundaria. Por esos meses, National Geographic –otra vez!- realizó un programa de televisión para su serie los expedientes antiguos X, centrada en el disco de Festos. Para protagonizarla invitaron a una persona extraordinaria, un estudioso británico apasionado de Grecia y en particular del disco, que ha adoptado Creta como su patria y se ha casado con una arqueóloga griega. Gareth Owens se llama este estudioso, quien al revés de todos los demás expertos del Disco de Festos afirma que el desciframiento está cercano. Él también relacionó el mundo de las computadoras con este objeto tan antiguo y llevó el disco a un musicólogo para que a través de un programa de computadora lo tradujera a un patrón musical. Y así fue, así se hizo. El experimento reveló la estructura del mensaje, pues se repite una especie de estribillo. Una rima. Es un poema, un himno, tal vez en honor a la Diosa Madre de Creta, que no es sino la Madre Universal, la intemporal, la única, el Eterno Femenino de Goethe y nuestra madre concreta, la de cada quien, la que nos ama y espera, y la Madre Tierra.
Con Alex, Pepe y Liliana, los organizadores del Congreso de la Palabra |
Y, aquí viene lo emocionante, en esos meses ese investigador brillante, una especie de Indiana Jones académico y muy gentil, se comunicó conmigo pues había visto mi libro en Amazon y me solicitó atentamente que se lo enviara. Lo que hice de inmediato, también llevada por fervor patriótico. No es común que esos intereses arqueológicos provengan de Latinoamérica, son las escuelas arqueológicas del Reino Unido, Francia y Alemania principalmente, las que han apostado capital e inteligencia para develar el pasado de Europa. Pero es que el pasado de Europa es también nuestro pasado, como latinoamericanos, pues tenemos las dos tradiciones, la occidental y la indígena americana. Tenemos todas esas Palabras y nuestra aventura humana tiene la obligación o el fervor de develarlas todas.
Volviendo a lo emocionante, desde 2004 yo he publicado en internet –primero en sitios web y después en blogs- mucho material en torno al disco de Festos. Conectado con la emisión del programa de National Geographic que les cuento, comenzaron a llover en el blog que dedico a mi novela El disco del tiempo multitud de visitas de países hispanohablantes.
El Disco de Festos era propiedad británica, y francesa, en un sentido! Y con este sueño, con esta novela juvenil y su reverberación en internet, se ha contribuido a aumentar la cultura del disco de Festos en el mundo hispanohablante. He tenido además interesante correspondencia con profesores costarricenses especialistas en cultura clásica que se han interesado en el libro y han elaborado material para que los alumnos de ese país puedan comprender cabalmente el mundo de Europa y de Minos, de la princesa Ariadna y su madre Pasífae, de Teseo y el Laberinto. Nada más y nada menos que la cuna de los mitos.
Y ya que hablamos de mitos, es misión del poeta, dijo el gran Jorge Luis Borges, hacer que las palabras vuelvan a sonar como mitos. Que las palabras con minúscula vuelvan a ser Palabra. Así, con mayúscula. Que eso de sagrado que tienen los mitos permee en el discurso cotidiano. Que volvamos a ser grandes de palabra, que rescatemos el lenguaje de la destrucción y del olvido, que temblemos como enamorados ante la belleza de una sola palabra, por ser portadora de tanta memoria, de tanto anhelo, de tanto amor.
No hay nada más hermoso, más eufónico y misterioso, que el nombre del ser amado. Es la palabra por excelencia, la que brota en los paisajes que recorren nuestros ojos. Ese nombre es sagrado, inagotable, puro como el agua pura, melancólico y esperanzado. Sentido en sí mismo, talismán de inmortalidad y de memoria
–Amar a alguien es decirle: tú no debes morir, dijo Gabriel Marcel.
Por el amor, que nos hace ver a los otros como los ve la divinidad, dijo Borges.
Pues así, como el nombre del amado, es todo el mundo a la luz de la Palabra.
Ella, la Palabra, nos presenta todo el mundo atravesado por ese vibrante misterio, por esa belleza ineludible que nos hace enamorarnos, que nos llena de entusiasmo, que nos lleva a emprender aventuras como la que les he narrado, en el curso de las cuales caminamos como si lleváramos una antorcha encendida en la mano, sí, como la llama olímpica, para que nunca se extinga el fuego en el altar de la Palabra. Para que sigamos siendo seres de inmortalidad y de memoria. Brillantes y vivos. Renacidos. Para que seamos Palabra de honor, palabra de amor, Palabra en Obras. Depende de nosotros.