Ediciones El Naranjo en las Primeras Jornadas de Literatura Emergente de la Ciudad de México. Facultad de Filosofía y Letras. UNAM |
Poesía para Niños: Como un tigre
María García Esperón
Para Mercedes Calvo y María José
Una de las experiencias más estremecedoras que podamos tener es cuando por alguna razón y en ciertas circunstancias especiales tocamos el corazón de nuestra propia infancia. Y al hacerlo, al llegar ahí, a ese pozo de agua clara, comprendemos que la única manera de expresar lo que estamos viendo, escuchando, comprendiendo... es a través de la poesía.
Hablar de poesía para niños es hablar de poesía con mayúscula. De las grandes aventuras humanas, de los grandes sueños y esperanzas. De Fe.
Fe en el ser, en el mundo, en mí mismo. Porque al hacer este viaje al centro de la infancia la Belleza vuelve a golpearnos como en esa primera vez de los cuatro, seis, ocho años, que miramos el mar, o la mañana en el árbol, que empezamos a descubrir o a inventar las causas, las conexiones misteriosas entre los seres, la magia de las palabras.
Poesía para niños es, simplemente, Poesía. Alada, liviana, sagrada... como en la definición platónica. Sagrada porque nos restituye al mundo misterioso, al todo está lleno de dioses del filósofo griego, al manantial desde donde fluye la imperiosa fuerza de la vida. A nuestra primera mirada y nuestra primera respiración, nuestra vivencia de la existencia sin límites, de la libertad, del sueño.
Esa potencia regeneradora que se llama infancia está en nosotros. El tiempo-siempre que vive la infancia queda en la vida adulta como ese recuerdo muy hondo de cuando fuimos niños. No cabe duda, de niño, a mí me seguía el sol -dice Alfonso Reyes en su Sol de Monterrey. Y dice más: El fuego de mayo me armó caballero. Yo era el Niño Andante, el Sol, mi escudero. Todo el cielo era de añil!, toda la casa de oro, ¡cuánto Sol se me metía por los ojos!... Cuando salí de mi casa, con mi morral y mi hato, le dije a mi corazón: ¡Ya llevas sol para rato! Es tesoro, y no se acaba. No se me acaba y lo gasto. Traigo tanto sol adentro que ya tanto sol me cansa. Yo no conocí en mi infancia sombra, sino resolana.
En este mismo sentir dice el poeta español Pedro Villar en su libro Tres veces tres la mar:
Un solo verso, pensaba, puede salvar a un poeta.
Buscó las palabras precisas, las sílabas justas,
la rima perfecta, pero nada encontró.
Un día descubrió el silencio en los labios de la mar
y quiso alcanzarlo...
Rumores en el agua,
infancia, infancia,
cerré los ojos,
busqué la voz,
hundí mis manos
de sal y playa,
y entre las olas
nacieron las palabras.
Por eso, cuando así nos habla un poeta, nos sentimos sol de nuevo. Y mar y tiempo. Y árbol y nube. Porque se agita en nuestro fondo claro el agua de esa fuente que es el manantial del ser. Desde donde podemos renacer tantas veces a la Belleza como queramos y estemos dispuestos. Porque para eso, hay que ser valientes. Y veloces. Y puros. Hay que ser como una fiera, una espléndida y cósmica fiera, con el firmamento tatuado en la piel y el hambre de belleza en el impulso. Hay que ser algo así, como un tigre.
Con Paulina Delgado, Proyecto Literal y Ediciones El Naranjo |